Iluminismo Místico - Orden Martinista & Sinárquica

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Iluminismo Místico

Doctrina Martinista

Por Robert Amadou
(Louis-Claude de Saint-Martin y el Martinismo)


Se diría que Saint-Martin es un místico. La doctrina Martinista es una doctrina mística. Ciertamente, pero sería traicionar la memoria de Saint-Martin presentarlo como un puro discípulo de Madame Guyon.

Balzac critica violentamente ciertos escritos místicos: "Son escritos sin método, sin elocuencia y su fraseología es tan bizarra que se pueden leer mil páginas de Madame Guyon, de Swedenborg y sobretodo de Jakob Böhme, sin deducir nada de ahí. Ustedes van a saber por qué, a los ojos de estos creyentes, todo está demostrado". (Prefacio del libro Mystique. Obras completas, Calmann Levy, XXII, 423). Si esas censuras pueden, con rigor, aplicarse a Jakob Böhme, ellas no tocan a Saint-Martin. Los impulsos del Hombre de Deseo reposan sobre las consideraciones filosóficas De los Errores y de la Verdad, o de la Tabla Natural
(38).

Es preciso que nos entendamos sobre la expresión mística. La palabra mística, como la hindú yoga, sirve para designar dos ideas diferentes: por un lado unión con Dios, la vida que los cristianos llaman unitiva, de otra parte un camino, un método, una técnica (a veces, muy próxima al plano físico, como en el Hatha Yoga), que conduce a esa unión. De un lado la meta, de otro los medios para alcanzarla
(39). Para retomar la terminología Martinista, diferenciaremos entre la Reintegración y el Camino Interior que conduce a ella.

En el esbozo del camino hacia Dios pueden figurar aspectos racionales que no tendrán lugar en la existencia del hombre reintegrado. En cuanto a la ascesis, a esa preparación moral a la vida unitiva, ocupa un lugar en el cuadro de los elementos racionales. Aún más, se apoya en ellos. Conviene, pues, tratar de los mismos en primer lugar.

Encontraremos en Saint-Martin la idea de Dios sensible en el corazón. Pero esta relación sólo constituye, más seguidamente, un ideal o fruto del amor y su coronamiento. El conocimiento de Dios, corolario del conocimiento del hombre, puede también ser adquirido a través del camino intelectual. "En lo que se refiere a las dos puertas, el Corazón y el Espíritu, creo, escribe el filósofo,  que la primera es mucho más preferible que la otra, sobretodo, cuando se tiene la felicidad de participar en ella. Pero ella no debe ser absolutamente exclusiva, principalmente cuando es necesario hablar a las personas que sólo poseen la puerta del Espíritu apenas entreabierta, y es preciso ser muy escrupuloso sobre esa enseñanza hasta que surja la luz"
(40).

El método es, en ambos casos, de idéntica inspiración. Es en el hombre que encontramos a Dios. Pero en cuanto el descubrimiento místico se revela estrictamente personal y a veces infructífero, el procedimiento racional se revierte de un valor universal. El Tableau Natural, por ejemplo, mostrará que el examen del espíritu, la formación de las ideas, en una palabra, que la psicología supone Dios
(41). Se descubrirá, así, un nuevo elemento a integrar en la dialéctica Martinista y que justificará el préstamo de la senda interior.

Por más inesperada que parezca esta aproximación, el iluminismo de Saint-Martin se haya bien caracterizado por las observaciones de un Maurice Blondel. ¿Qué es la mística? Pregunta este autor, y responde: "La mística no nos conduce a lo que es oscuridad e iluminismo, hacia lo que es subliminal o supraliminal, para un juego de perspectiva subjetiva, sino hacia un modo determinado positivamente y metódicamente de la vida espiritual y de la luz interior, esto quiere decir que ella implica en el empleo previo y concomitante de disposiciones intelectuales e inteligentes, un querer muy consciente y muy personal, una ascesis moral según graduaciones observables y regulables"
(42).

Reprobamos, como Maurice Blondel, ese falso iluminismo. El propio Saint-Martin lo denunció vigorosamente en Ecce Homo. Y nosotros lo reprobamos porque él está en contradicción con el verdadero iluminismo, del cual el Martinismo representa el tipo acabado. Una palabra no debe lanzar el descrédito sobre una doctrina que ella no designa sino por confusión. "En general, me ven como un iluminado, decía Saint-Martin, sin que el mundo sepa, todavía, qué se debe entender por esa palabra"
(43).

J. de Maestre observará también, en sus Veladas de Saint-Petersbourg
(44), hasta qué punto ese nombre fue desviado de su verdadero significado.

"Llaman iluminados a delincuentes que osaron, hoy, concebir e incluso organizar en Alemania la más criminal asociación, horrendo proyecto de extinguir el Cristianismo y la Monarquía en Europa
(45). Se da ese mismo nombre al discípulo virtuoso de Saint-Martin, que no profesa solamente el Cristianismo, sino que trabaja para elevarse a las más sublimes alturas de esa ley Divina".

El iluminismo es, en resumen, el sistema, la manera de actuar del espíritu, que ofrece la salvación en la iluminación. Pero que el iluminismo presupone esa iluminación, nada es menos cierto. Sin duda, Dios podrá manifestarse, precozmente y sin preparación. La certeza será manifestada, y más que la certeza de una doctrina, la meta será alcanzada. Pero Saint-Martin posee la más fiel y la más exacta imagen del hombre. Nosotros lo vimos extraer de esa aguda percepción de la esencia humana sus más fuertes argumentos. La búsqueda de Dios, el camino para la reintegración; él admite que nosotros poseemos su llave para una revelación inmediata. Es preciso procurarla, pedirla, solicitarla. Es por medio de esa finalidad, para responder a esa necesidad racional que se erguirá hostil si no la satisfacemos, que el Martinismo usa una dialéctica.

Saint-Martin declara que el mayor error del hombre sería desinteresarse por la verdad, y también el juzgarla inaccesible. "Tú no me buscarías si ya no me hubieras encontrado", dice Pascal. Y San Agustín, demostraba que en la base del pedido de gracia había ya una gracia que permitía formular la oración. Pero cualquiera que sea la gratitud de salvación, de la Reintegración, no permanece, excepto al principio, un movimiento voluntario. El Martinismo no desconoce la voluntad sobre todo cuando ella procura identificarse con la voluntad de Dios. Porque es allí que encuentra su plena expansión. En el primer paso que conduce al Camino, el Hombre debe contribuir con su esfuerzo. Y como no actúa sin razón y sin motivación, cabe a la dialéctica Martinista indicarle la estrella que lo conducirá hasta Dios, su Principio.

Feliz aquél que vea a la iluminación esclarecer la conclusión racional con los rayos de la certeza. Estará próximo a la meta. La dialéctica habrá conducido a la mística, pues habrá revelado al hombre a sí mismo.

"Nuestro ser, siendo central, debe encontrar en el centro, donde están todos los auxilios necesarios, su existencia"
(46). Que él ahí se encuentre con el secreto de su destino y de su origen, con los medios de realizar uno retornando al otro. Tal es la gran enseñanza del Martinismo.


NOTAS:

(38) Que Balzac, fervoroso en la época Martinista, evita citar.
(39) "El Yoga es el conjunto de procesos físicos, mentales y espirituales que tienen por finalidad la transformación profunda del Ser humano, el despertar en él del Hombre Nuevo que, en estado normal es trascendental e inaccesible". (J. Marqués-Rivière: Le Yoga Tantrique, pág. 16, Paris, 1937). ¿Podríamos facilitar una definición más detallada de la mística Martinista que el despertar del Hombre Nuevo?
(40) Carta a Willermoz, 3 de febrero de 1784. Papus, pág. 170.
(41) Tableau Natural, pág. 8, 9, 10 y 11.
(42) Cahiers de la Nouvelle Journèe "Lo que es la mística" (Bloud y Gay, editores), pág. 19.
(43) Retrato nº 743, pág. 97.
(44) Soirèes, XI Palestra (II, 165).
(45) Esta organización es la de los Iluminados de Baviera, discípulos de Jean Weishaupt. (R. A.)
(46) Correspondencia, pág. 15.






 
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